jueves, 24 de enero de 2008

Dos tristes despedidas






Adiós, Ángel González. Adiós, George MacDonald Fraser.
De la muerte de Ángel González se ha dado abundante noticia. Con razón: es un enorme poeta, querido y leído por la crítica y el público.
De la muerte de George MacDonald Fraser sólo he visto un obituario de Jacinto Antón en El País. No sé si es muy conocido en España. Supongo que sí y espero que sí. Sin embargo, yo no supe de su existencia hasta el verano de 2006, cuando me atrajo la portada de la última novela del personaje que le ha dado fama, Harry Flashman. Un equívoco feliz, por cierto: pensé que compraba una obra de aventuras escrita en el siglo XIX, una especie de Las cuatro plumas o algo así y el caso es que la edición en inglés databa de un año antes y, quizá, si me hubiera parado a curiosear ese dato en la librería, la hubiera desechado, pues andaba buscando algo de aventuras, pero algo clásico (otro El prisionero de Zenda, por favor). El caso es que la lectura de Flashman a la conquista de Abisinia fue una de las mejores cosas del verano de 2006. Desde entonces, suponiendo que exista tal cosa, soy un converso a la religión Harry Flashman.
Desde su primer libro, Áspero mundo (1956), hasta el último, Otoños y otras luces (2001), Ángel González nos dejó excelentes poemas. Están reunidos en sus obras completas, Palabra sobre palabra. Si no los habéis leído ya, leedlos: no os defraudarán, seguro.
MacDonald Fraser era, fundamentalmente, un novelista. Debe su fama a la serie de novelas protagonizadas por "el adorable canalla Harry Flashman, cobarde, villano y mujeriego" (son palabras de Jacinto Antón). Flashman es un oficial británico que se ve envuelto, a lo largo de doce novelas, en los acontecimientos históricos más importantes de la época victoriana. Por la única novela que he leído (es estupendo saber que aún me esperan otras once) yo diría que se ve envuelto a su pesar. Todo es fruto de un malentendido: todos le creen un valiente, un caballero, un héroe y él no es, me parece a mí, sino un vividor con suerte que sabe salir airoso de cualquier situación.
Es triste tener que despedirse. Adiós, Ángel González. Adiós, George MacDonald Fraser. Es una pena que desaparezca gente así: estamos un poco más huérfanos.
Como homenaje, a continuación, un poema del primer libro de Ángel González y unas líneas del último de los libros de las aventuras de Harry Flashman. Poco es, claro, pero seguro que se os abre el apetito de más: buscad sus libros sin demora.
MUERTE EN EL OLVIDO
Yo sé que existo
porque tú me imaginas.
Soy alto porque tú me crees
alto, y limpio porque tú me miras
con buenos ojos,
con mirada limpia.
Tu pensamiento me hace
inteligente, y en tu sencilla
ternura, yo soy también sencillo
y bondadoso.
Pero si tú me olvidas
quedaré muerto sin que nadie
lo sepa. Verán viva
mi carne, pero será otro hombre
--oscuro, torpe, malo-- el que la habita.
El viejo Flash puede ser un modelo de los peores vicios: lascivia, traición, cobardía, engaño y negligencia en el cumplimiento del deber, todo ello corregido y aumentado, como saben, y mucho más aún, pero el robo no le va en absoluto. Bueno, sí, la necesidad imperiosa puede haberme conducido a quedarme con algo aquí y allá, ocasionalmente, pero nada a gran escala... [...] Si hay algo que valoramos de verdad los cobardes de pura cepa es la tranquilidad mental, y no puedes tenerla si eres un fuera de la ley perseguido y lejos de tu hogar para siempre. (p. 39)
--Sé que no habrá resultado fácil para usted. Quizá para algunos de nuestros viejos camaradas, hombres duros con un sentido del deber férreo, [...] podría haber parecido algo que no estaba fuera de lo normal... pero para usted, no, no lo creo. No para alguien en quien, según creo, el deber se ha visto siempre templado por la humanidad, sí, y por la caballerosidad. No --concluyó mirándome a los ojos--, para Harry Flashman, el hombre de buen corazón --se levantó y me volvió a estrechar la mano--. Gracias viejo amigo. Y dicho esto, no volveré a decir nada más.
Yo me quedé sentado, parpadeando y en silencio, pero no por vergüenza varonil, sino por el asombro ante su notable mala interpretación de mi verdadera naturaleza. Toda mi vida la gente me ha valorado por mi aspecto, suponiendo que un tipo tan grandote, con un aire tan fanfarrón y temerario debía de ser un héroe, pero allí tenía una nueva mala interpretación asombrosa. (pp. 447-448)